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  • Foto del escritorRafaella Castro

Espurio

Ya había pasado un año y medio que nos encontrábamos en aquella torre, donde lo único diferente al cielo y mar era ese tedioso laberinto junto a los gritos de los que sucumbían ante aquella criatura que ya no recuerdo bien cómo terminó ahí. De comer nos la arreglábamos con algún ave de mar que posara en la torre, el agua la sacábamos de las lluvias. Pues mi padre el arquitecto de cualquier sueño, había diseñado tal mecanismo donde además de purificar el agua sin necesidad de hervirla, la almacenaba en un constante flujo que parecía de infinita contención. Por lo tanto yo extrañaba la vida anterior a nuestro encarcelamiento, correr por los vastos campos o admirar las diversas creaciones de mi padre en su esplendor. Sé que algún día saldremos con alguna cosa que se le ocurra, es más, yo creo que ya lo tiene casi listo. Estos últimos días estuvo escribiendo y dibujando sin parar en unos papeles, totalmente receloso a que yo vea algo o si quiera pregunte al respecto. Sin embargo, la anterior noche pude revisar un poco mientras él estaba durmiendo. Son dibujos a escala de mí, junto con unas cuantas anotaciones a los lados. De las que solo pude leer la palabra “rehacer”, supongo que es un proyecto que lleva tiempo y lo anda corrigiendo.


Llegó el día. Mi padre me pidió que recolectara todas la plumas y rompiera el panal de abejas para poder sacar cera. Al igual que consiguió metal de algún lado; al parecer construirá dos pares de alas para que podamos irnos de una vez. Las instrucciones eran claras: no debes volar muy bajo porque el oleaje mojará tus alas y caerás. Tampoco debes volar muy alto porque el sol derretirá la cera, haciendo que todo se desprenda y caigas inevitablemente. Lo mejor es permanecer en el centro, sola esa será nuestra vía de escape.


Entonces una vez puesto todo correctamente, nos dispusimos a saltar de la torre. Aquel sentimiento era de una libertad única, como si todo lo que puedas pensar y ver a tu alrededor se volviera en uno solo. Solo me podía concentrar en sentir, sentir el excitante todo.

Ya habíamos recorrido como 60 km, pasamos por tres islas y solo nos faltaba una más para poder llegar a donde deseábamos. Por lo pronto yo me cuestionaba si al subir un poco más no pasaría nada, continué haciéndolo. Quedarse en el medio te traía una buena sensación, pero yo anhelaba aquella de solo traspasar y traspasar nubes sin fin. Solo será un momento el que subiré, un momento que me parecerá eterno. Y es que si mi padre se siente infinito con sus creaciones, yo también deseo hacerlo. Esa necesidad de experimentar infinitud momentánea es inherente a cualquier ser humano.


Despierto al alba, ya es un año y medio en esta torre, donde lo único diferente al cielo y mar que podemos ver es este tedioso laberinto. Desde que nos encerraron hemos ideado diferentes cosas para sobrevivir, después de todo mi padre es el creador sin límites.


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